Museo Teatro Romano de Zaragoza

Museo del Teatro Romano de Zaragoza.
Recreación de espectaculo multimedia del teatro Romano.

Música del S. IV a.c.

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Existe la idea estereotipada de que la cultura romana, artísticamente, es
deudora en todo de la tradición griega. Sin embargo, esta visión parcial
desprecia de forma errónea la extraordinariamente rica tradición etrusca. Al
menos en lo que a la música se refiere, podemos afirmar de forma tajante que
no es sino la suma de ambas influencias lo que proporciona a Roma los
elementos necesarios para su propio desarrollo.

Vemos así como en la tradición etrusca se posicionan los vientos frente a
las cuerdas en las milicias, en los cultos, juegos y otras actividades
cotidianas. Estos usos se adoptan en Roma, donde posteriormente se
perfeccionan y amplían con algunos instrumentos traídos de otros países.
Poco a poco, la música se populariza y va despojándose, de forma definitiva,
de la visión filosófica que le otorgara la cultura griega.

Sin duda, el pueblo romano fue eminentemente festivo. El paisaje sonoro de
la urbe en aquella época puede imaginarse como un enorme bullicio, donde a
diario se mezclaban las vigorosas voces de vendedores, actores callejeros y
los cantos litúrgicos invocando a las más variedades deidades; el particular
barullo de los espectáculos de pantomimos y de los especialistas de circo;
grandes formaciones de músicos, donde a veces coincidían virtuosos
instrumentistas procedentes de cualquier rincón del mundo; ritos mistéricos
que llevaban a sus iniciados al paroxismo por medio de los ritmos más
persistentes; marchas militares que subrayaban las entradas victoriosas de
desfiles populosos,...

Con el tiempo, la organología*** romana va conformándose como un universo
particularmente rico, donde tienen cabida cítaras, laudes, flautas frigias,
flautas de Pan, siringas pastoriles, cuernos, timbales, panderetas, crótalos
de bronce, cymbales, sonajas, sistros, campanillas, tubas y una
multiplicidad de formas de instrumentos de metal...

Debemos pues abandonar definitivamente la imagen del romano adusto,
decadente y carente de todo refinamiento musical. Mas bien al contrario,
hay que entenderlo como un pueblo mediterráneo vital, extrovertido, alegre y
dotado extraordinariamente para la música.

Pero, en honor a la verdad, debemos admitir que, a ciencia cierta, es
imposible saber como sonaba la música de aquellos días.

No existe notación interválica (no se empezó a utilizar hasta principios del
siglo XI). Así que, para recomponer el universo sonoro, tan solo contamos
con unos pocos textos de la época que nos describen los modos musicales
utilizados, con dibujos de frescos y vasijas donde aparecen representaciones
de instrumentos o acaso formaciones de músicos, pero poco más. El resto de
información se lo debemos al trabajo de especialistas que han logrado trazar
paralelismos a partir reminiscencias en la música culta del medievo Europeo
y el folklore Mediterráneo en general (de donde se desprende, la enorme
riqueza e influencia que pervive en el corazón de la música occidental
actual).

Musicólogos y luthiers se han aventurado a reconstruir los instrumentos de
la época. El resultado es lo que yo he "recogido" digitalmente a lo largo de
estos años, siguiendo siempre pautas muy rigurosas, conformando así mi
particular orquesta.

No es ésta mi primera composición ambientada en el mundo antiguo. He tenido
la oportunidad de emprender este viaje en el tiempo en diversas ocasiones,
bajo encargos y formatos bien distintos. Y siempre me ha resultado
igualmente apasionante.
Para este audiovisual en el Teatro de Caesaraugusta, y de acuerdo siempre
con su realizador, he procurado aportar cierta diversidad de registros tanto
en instrumentación, como, en general, en las propias composiciones.

Una dificultad habitual en este tipo de trabajos es hacer que nuestro oído
"actual", poco o nada habituado a las particularidades sonoras propias de
música antigua, acepte y se deje envolver, de entrada, por las "nuevas"
claves que se proponen. En este caso, el guión permitía un desarrollo
musical muy paulatino, que facilitaba esta labor, partiendo de una atmósfera
inicial suave y sugerente que admitía la introducción progresiva de ritmos y
sonoridades de mayor presencia y personalidad.

Por último, señalar la utilización en diversos momentos de recursos de
efectos sala, más propios quizás de otro tipo de producciones (el cine,
claro), pero que, pienso, ayudan aquí a la mejor comprensión de un discurso
visual prácticamente mudo y de innegable belleza.

MARIANO LOZANO-PLATAS
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